Antología Crítica

1970

CLAUDE GIAUD
Sud-Ouest
Burdeos (Francia), 1970

Botella de whisky, 1962.
Óleo/lienzo. 33 x 41 cm

"Mi pintura es negra por su concepción y su interpretación más que por su color". Este joven artista español, que parece conocer al otro lado de los Pirineos un éxito adulador, se define así, y sería fácil llegar a la conclusión de que practica una pintura comprometida. De hecho, las composiciones de García Linares evocan sobre todo la vida de los humildes, y el título de una de ellas, "El hombre y la tierra", podría traducir la preocupación dominante de este artista. Sus mejores cuadros son retratos de campesinos impregnados del sol tan a menudo farragoso de Asturias o de Galicia. Rostros curtidos, manos nudosas, actitudes cansadas, el hombre está marcado por el trabajo.

El pintor evita sin embargo un expresionismo facilón y el dibujo está realizado siempre con un gran rigor. Sobre todo a través de la pincelada, generosa, y por el color: apagados ocres, amarillos y azules que muestran la pesadez característica de la vida rural. La misma factura se vuelve a encontrar en los paisajes, de cielos pesados y aclarados parsimoniosamente. Ellos indican que García Linares obedece a un estilo, cualquiera que sea el motivo tratado, y esto no es ciertamente algo que le podamos reprochar.

JOSÉ ANTONIO CEPEDA
Región
Oviedo, 14 de enero de 1970

Payaso, 1963.
Óleo/lienzo. 82 x 64 cm
Manuel García Linares es hoy, como pintor, un definido y humano producto de un esfuerzo realizado a través de las sucesivas y nada fáciles etapas, de eliminación de toda clase de estorbos en la tarea artística. Aquel pintor de la villa de Navelgas que comenzó guiándose por intuiciones ha llegado a cuajar, en la actualidad, en un firme creador de realidades pictóricas que es preciso estimar con un formal propósito de adivinación y descubrimiento.

Manuel G. Linares, en los doce óleos y tres acuarelas que cuelga, ahora, en la galería Benedet de Oviedo, se determina por una mayor riqueza de paleta, aunque continúa fiel, por otra parte, a una sobria gama cromática. El camino de Linares es bueno, porque no existe el peligro de que caiga en deslumbramientos coloristas. Se muestra atemperado en el uso del color y esto resulta verdaderamente importante. Por otro lado, Manuel G. Linares emplea la materia con más decisión que antes y, así poco a poco, sujetándose, esforzándose, logra unos efectos que le salvan de cualquier posibilidad de caer en una pintura al gusto burgués de una época afortunadamente pasada.

El pintor de Navelgas, que ha sabido abrirse al mundo circundante, guarda una especial devoción, no obstante, hacia las humanas criaturas de su tierra. Parte, pues, de un íntimo conocimiento y sentido de lo local para saltar, con libertad, en busca de lo universal. Una vez más queda demostrado que le creador, tanto pictórico como literario o musical, no tiene por qué olvidar las raíces básicas, las raíces de la primera savia.

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