Antología Crítica

1990

EVARISTO ARCE
Sala de Arte Murillo
Oviedo, noviembre de 1990

Recogiendo verde, 1977.
Óleo/lienzo. 54 x 65 cm

Todas las personas tienen una patria, pero las hay que no son de ninguna parte. Por el contrario, sólo unos pocos se identifican plenamente –en cuerpo y alma- con su lugar de origen. Incluso, a veces, esa naturaleza es solamente artificial y adoptiva, es decir, fruto de la libertad y de la libre elección y no de un accidente –o incidente- demográfico. Da lo mismo. Manolo Linares es de “Navelgas” por ambas causas, porque en Navelgas vio la luz primera y porque, a través de Navelgas, sigue viendo –y viviendo- el mundo. Y esa no es una reducción de la vida, sino, en todo caso, una sublimación: la síntesis o la depuración de lo que hay más allá.

Algunos hombres, para sentir el discurrir y el palpitar de la existencia, necesitan vivir en movimiento. Otros, estarse quietos. Algunos, dejarse llevar. Linares vive de una forma intermedia entre todas ellas. No para, pero siempre va al mismo sitio: Navelgas. Es indistinto que el viaje sea a Nueva York, Londres, Puerto Rico, Luxemburgo o París. El destino verdadero –la parada final- está en Navelgas. Tampoco en Madrid, que es la encrucijada.

Lógicamente, quien vive así –tan enraizado- no podía pintar de otra manera. Después de todo, Navelgas le proporciona aquello que necesita para una y otra cosa: la memoria (familiar), el paisaje (nativo), la humanidad (de sus paisanos). Todo el sentimiento del arte –y de la vida- enclaustrado en una sola palabra, en un solo recinto geográfico, en una tierra prometida, en un paraíso encontrado, en el ámbito natural. La patria única.

Paro el amor de Linares por Navelgas no es meramente contemplativo, nostálgico o de autosatisfacción. Hay en él, sobre todo, un afán reformador que trasciende, y opera, sobre la realidad de cada día.

Linares no es un redentor ni un apóstol, ni un mártir. Tampoco mantiene sueños imposibles, aunque no todos  los que tiene sean fácilmente realizables. O quizá sea un poco de todo ello y eso sea lo que lo hace creíble y verdadero. Porque únicamente el arte es sincero –o, dicho de otro modo, auténtico- cuando la persona también lo es.

La pintura es delatora de esa condición, con independencia de su clase o calidad. Y el pintor no tiene ninguna posibilidad de suplantación o encubrimiento.
En este aspecto, la obra de Linares tiene, entre otros, ese valor, como lo tiene su vida, que está llena de gestos –y de gastos-, prueba de generosidad y desprendimiento.

Cabras, 1977.
Óleo/lienzo. 33 x 41 cm

Esa actitud de firme consecuencia con las ideas y los sentimientos personales –y los apremios de las necesidades compartidas. ha hecho de Linares una persona común, no por la rareza, sino por la grandeza cotidiana de sus hechos y comportamientos.

Y así es como ha sobrevivido, pintando y viviendo, a su manera, sin interpretarse ni aparentar ninguna modernidad y sin incurrir en ninguna decadencia. Por eso precisamente tiene tantas adhesiones artísticas y tan leales amistades.
Linares, en sus paisajes con figuras, pinta lo que ve y lo que no ve. No reproduce la realidad, la recrea sin inventarla. El cuadro no es un topónimo. Es una pintura.

Navelgas, como evidencia geográfica y demográfica, como hecho sociológico, tiene en la obra de Linares componentes, a partes desiguales y cambiantes de lirismo y de denuncia, de melancolía y de esperanza.
Lo cierto es que, a estas alturas de su biografía, Navelgas cada vez se parece más a sus pinturas y éstas, siendo tan locales, tienen cada vez más ecos y resonancias universales. Acaso porque el universo está en la aldea y porque Linares es un aldeano erran.

Linares es, por supuesto, “el pintor de Navelgas”, pero es también algo más, porque tal condición le viene dada por sus otras dedicaciones, al margen del arte, en relación con su pueblo.te en el universo.

Recolección, 1978.
Óleo/lienzo. 55 x 66 cm

Para cada convecino tiene siempre la palabra y la mano tendidas, en un ademán de fraternidad y compañía –y en cada rincón que se encuentra en su camino hay una emoción contenida, un recuerdo no olvidado, por pequeño que sea- porque todo lo que es Navelgas tiene para Linares una presencia insoslayable, por ingrata que ésta sea.

Claro que no hay amor sin desengaños y amarguras y su grandeza consiste precisamente en saber afrontarlos y asumirlos sin violencia –a menudo, tiernamente- en el sedante y cordial abrazo de los reencuentros y las reconciliaciones. Tampoco hay vida sin frustraciones ni propósitos incumplidos y cuando uno quiere que esa vida sea total, culminante, ha de contar necesariamente para ello con un prójimo unánime y unísono y eso no es posible, ni siquiera en Navelgas. Sencillamente, porque la vida es para todos incompleta y parcial. Un cumplimiento utópico. Por eso pintar Navelgas es una forma indirecta no sólo de perpetuar el sitio, sino también de redimirlo. Y de redimirse. A in de cuentas el pintor se está pintando, inevitable y continuamente, a sí mismo –pinte lo que pinte- y Navelgas no es el fin del mundo: es el principio.

JOSÉ IGNACIO GRACIA NORIEGA
La Nueva España
Oviedo, 9 de diciembre de 1990

¡Queda faena!, 1979.
Óleo/lienzo. 24 x 33 cm

Vuelve Linares a Asturias (tierra a la que, por muy lejos que esté, siempre lleva en el corazón) para ver a los amigos y para exponer. Linares está como siempre, habla como siempre, y, como siempre, Navelgas sale a relucir en su conversación. Si no fuera porque todos sabemos que es de Navelgas, él nos lo diría, no les quepa duda; y, para poner las cosas en su sitio, Evaristo Arce titula el texto del catálogo de su exposición en la sala Murillo, de Oviedo: “Retrato de Linares con Navelgas al fondo”.

¿Cómo es el retrato de Linares? Con Navelgas al fondo, desde luego. Linares (vamos a detenernos un momento en los rasgos externos) no es de gran estatura, por así decirlo; tiene la nariz ganchuda y la mirada asturiana. Ni viste ni habla como un pintor. Habla despacio, con cordura (casi siempre de Navelgas, como se ha dicho); y, cuando se lanza, no hay quien lo pare. En ocasiones, más que un pintor parece un arbitrista. Los problemas de Asturias son sus problemas y todos los problemas de Asturias pasan por Navelgas. Habla de Navelgas con amor, y el amor es todo lo contrario de la demagogia. Una vez que fui con él a Navelgas me dijo, enseñándome un camino:

-Ese camino conseguí yo que lo arreglaran a fuerza de dar mucha lata.

En dos cosas se diferencia Linares de los políticos: en que pinta mucho mejor que todos ellos y en que a veces consigue que la autoridad competente repare un olvidado camino rural.

Mirando el campo, 1979.
Óleo/lienzo. 46 x 38 cm

Navelgas enseñó a Linares a pintar: los paisanos y paisajes de Navelgas fueron sus primeros modelos. Por eso, una y otra vez regresa a ellos, el paisaje y el paisanaje nutricios, con fervor y respeto, con admiración y conocimiento, y hasta con un poco de perplejidad; porque de quienes se ha aprendido tanto nunca se termina de aprenderlo todo: no por que llegue un momento en que paisaje y personas se hacen impenetrables, sino porque a cada mirada, a cada pincelada ofrecen una novedad. Linares ha visto los mismos lugares, los mismos rostros, los mismos gestos infinidad de veces, y cada vez los ha visto de distinta forma.

Navelgas enseñó a Linares a pintar: los paisanos y paisajes de Navelgas fueron sus primeros modelos. Por eso, una y otra vez regresa a ellos, el paisaje y el paisanaje nutricios, con fervor y respeto, con admiración y conocimiento, y hasta con un poco de perplejidad; porque de quienes se ha aprendido tanto nunca se termina de aprenderlo todo: no por que llegue un momento en que paisaje y personas se hacen impenetrables, sino porque a cada mirada, a cada pincelada ofrecen una novedad. Linares ha visto los mismos lugares, los mismos rostros, los mismos gestos infinidad de veces, y cada vez los ha visto de distinta forma.

Linares se está convirtiendo en un pintor de asuntos históricos. En el pintor de los mínimos movimientos del campo asturiano. Nadie ha recogido como él la belleza del campo ni la belleza del trabajo en el campo. Ahora que el campo asturiano está en bancarrota tenemos la seguridad de que sus cuadros mostrarán cómo fue a las generaciones venideras.

RUBÉN SUÁREZ
La Nueva España
Oviedo, diciembre de 1990

Pastos castellanos, 1980.
Óleo/lienzo. 110 x 105 cm

Al pensar en Linares, pienso a menudo es esa frase tan reduccionista y usual que críticos y comentaristas varios aplican a su pintura y que suele emplearse casi como una definición y una explicación de su obra: es el pintor de Navelgas. Naturalmente que se dice eso porque él es de Navelgas en cuerpo y alma y oficia tanto de concejal honorario como de cónsul, todo en bien de su pueblo. Pero luego, aprovechando la casi exclusiva temática campesina de su obra, esa especie de fusión o entrañamiento entre el hombre y su terruño, juntos y solos ante el mundo, es fácil convenir que Navelgas está en sus pinceles como lo está, para todo, en su corazón.

Y no es que esté mal esa referencia de sus raíces, por otra parte con toda seguridad sentida, y que además ha conseguido expresar plásticamente con una fórmula que parece del gusto de todo el mundo, críticos y público. Lo que pasa es que a mí, que conozco a Linares de muy antiguo, me daba la impresión de que la reiteración de ese trabajo nos estaba privando de una obra de más amplio recorrido, de mayor complejidad y ambición. Tanto si incide en la misma temática campesinas como si aborda cualquier otra. Una impresión basada en el conocimiento de sus cualidades de pintor, de sus inquietudes, y de ejemplos que de vez en cuando suele ofrecer. Por eso celebro que haya declarado, refiriéndose a algunas obras de esta exposición: “Estoy retomando cosas que había hecho hace muchos años pero con una depuración de estilo y una simplificación de la forma de hacer la materia”, y que apunta aquí “para que el público tenga una referencia del camino que llevo”. Es, sin duda, una interesante expectativa.

En la exposición nos encontramos en la mayoría de los casos con esos espacios abiertos de gran peso en la composición y tratados con evidente acierto plástico en suaves armonizaciones de color, con el contrapunto de pequeñas figuras que humanizan el paisaje. Parecido tratamiento traslada a las marinas en las que aún son más delicadas las matizaciones de luz y color en la definición del horizonte y el encuentro entre el agua y la arena. Junto a estos acostumbrados paisajes de radical esencialidad, aparece ahora el protagonismo de la figura en contadas obras que parecen el inicio de una nueva etapa en la que Linares retoma aquello que había hecho “hace muchos años”, expresionismo acusado entonces y matizado ahora por un naturalismo visceral más que de estilo y nutrido por la buscada identificación con las raíces.

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