Antología Crítica

1978

FRANCISCO CARANTOÑA
Galería Vicent
Gijón, julio de 1978

Campesinos, 1968.
Óleo/lienzo. 100 x 81 cm

La obra de un pintor no necesita, o no debe necesitar, la compañía de una narrativa circustancializada para imponer su testimonio. Lo que se escriba entorno a los cuadros que la constituyen, o sobre la personalidad del artista, será complementario, casi accidental, y no le puede dar sentido a nada aunque, en ocasiones, ayude a encontrárselo.

Aumentar Con la pintura de García Linares ocurre precisamente esto: de ella misma emana el atractivo y la justificación, sin necesidad de trovadores, o de abogados de la defensa, que le añadan virtudes. Me atrevería a señalar, sin embargo, como anotación marginal, y exigida por los convencionalismos, que el ideal plástica de García Linares parece estar articulado sobre un esqueleto de vivencias primerizas. La necesidad de pintar y la dialéctica plástica transcurren en su obra por una especie de cauces innatos, que se van ensanchando y profundizadon con los años y a los cuales les da carácter, o signo de continuidad, una conjunción de la brusquedad con la naturaleza.

Si en periodos anteriores de la obra de García Linares ambos componentes se distinguían uno de otro, como si en algún grado apareciesen yuxtapuestos, ahora se nos muestran integrados, constituyendo un modo de expresión unitario, con el que, en el fondo, se trata de convertir en teme artístico universalizado un microcosmos muy bien localizado en el espacio y en el tiempo. Quiero decir con ello que García Linares parece haber estado buscando, y si lo buscaba lo ha encontrado, el idioma apropiado para ofrecer en términos plásticos sin traicionar las exigencias radicales de la pintura, la singularidad de su comarca natal, de su luz, de sus sombras y de sus pasiones, y que la búsqueda de ese objetivo le ha llevado a profundizar en la construcción de cuadros como concreciones de un espacio en continua reorganización, dentro del cual puede ser reconocido como anecdótico o etnográfico, está transcendido, o no se convierte en limitación aldeana, sino en supuesto previo para la libertad.

En otros términos: García Linares logra el doble objetivo que exige la pintura con vocación de permanencia: es leal a sí mismo, se mantiene fiel a los hombres que le rodean, dialoga permanentemente con sus ancestros pero, a la vez, este ser él mismo constituye la base de su universalidad, porque la sujeción, y hasta el acento, preimponen sus connotaciones de hombre concreto no las considera como una esclavitud sino como un soporte para desplegar su irrenunciable albedrío. Aunque parezca paradójico, lo mismo de otra manera, les sucedía a los clásicos.

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