Antología Crítica

1993

LORENZO CORDERO
La Voz de Asturias
Oviedo, 24 de octubre de 1993

En la mina, 1983.
Óleo/lienzo. 79 x 83 cm

He visto moverse una lejana figura humana rodeada por un mar verde, estático. Viajo desde Cantón a Shenzhen, en un viejo autobús chino. Miro el paisaje, que se extiende hasta el infinito. Recorremos unas de las zonas más ricas en cereales. El espectáculo es maravilloso. Los chinos no dejan de cultivar ni un palmo de tierra. Otra figura humana levanta su cabeza y puntea –un leve brochazo ocre...- aquel lienzo verde que cambia, suavemente, de tonalidad –hasta el amarillo- mientras la vista lo recorre desde la orilla de la carretera al horizonte lejano. “Esto parece un cuadro de Linares”, me digo. Es curioso: acabo de descubrir que Manolo Linares mira a Asturias tal como un viajero contempla el paisaje que se extiende Cantón y Shenzhen, al sur de la China.

Linares tiene unas retinas tan curiosamente sensibles, cuando se enfrenta al escenario de su apasionada ruralidad, que logra universalizar su arte, reflejo de esa mirada al entorno. Los cuadros de Linares son inconfundibles: la mayoría son retratos de paisajes. Pero retratos psicológicos del medio que le sirve al hombre para realizarse como persona. A mí me gusta esa interpretación que hace Linares de Asturias: una realidad envuelta en suaves verdes. Digo que es una realidad que, evidentemente, también existe en ese otro país rural que tiene un espejo en la lejanía oriental que yo he visto.

Frente a la Asturias vertical y épica, preferida por tantos pintores para inspirar sus obras, Linares opta por apostar por esa otra Asturias horizontal, leve, casi transparente, delicada como el ala de una mariposa iluminada por los verdes más dulces que haya podido imaginarse un viejo mandarín para, luego, enriquecer su mesa... Cuando el artista de Navelgas mira al ser humano, la paleta se le convierte en coraza: es consecuencia de un sentido crítico muy agudo. Con sinceridad perfectamente perfilada por los trazos enérgicos de su inteligencia, reconoce que en medio de ese suave paisaje se mueve el hombre rodeado de problemas. Estoy completamente seguro de que si fuera posible levantarle la piel de oro de uno de sus bucólicos cuadros, debajo aparecería toda la realidad social de la Asturias rural. Linares es un pintor que maneja el color ocre para diferenciar lo que es el paraíso verde de su región del infierno humano que es la sociedad que se mueve en medio de esos espacios que también parecen infinitos. Si de la pintura clásica de Linares se puede decir que pertenece a una internacional de la estética, de su profundo arraigo asturianista puede afirmarse, sin temor a errar, que su estética está inspirada en una ética igualmente internacionalista. En Navelgas tiene lugar, una vez al año, una ceremonia verdaderamente emotiva y, a la vez, demostrativa de ese talante universal del pintor. Es el día en el que su pequeña patria rural se hermana con otro municipio asturiano. Manolo Linares ha inspirado una verdadera Internacional de los Pueblos de Asturias. Y lo hace no sólo para que, cuando en Madrid se cite a Navelgas, su pueblo no necesite presentación, sino que lo alienta para que Asturias no pierda –como suele ocurrirle tan a menudo- su sentido de la realidad: es una, pero también es plural.

Barcas, 1988.
Óleo/lienzo. 27 x 22 cm

A Manolo Linares le mueve un deseo: mirarse hacia adentro. Desearía que cuantos lo rodean también hicieran lo mismo: mirarse hacia adentro. ¿Por qué...? Seguramente, porque esa mirada es la que permite descubrir la verdad estética de la persona y, al mismo tiempo, el paisaje ético que es el que le hace vivir y disfrutar, la estética de la unidad fraternal. De todos los que, al parecer, forman parte de este lobby asturiano pintado –¿por razones de estética, por obligaciones éticas...?- en el paisaje urbano de una capital determinante para el resto del país, es el personaje que tiene las ideas más claras sobre el hecho de ser esencialmente asturiano. Al menos, es el que yo frecuento más y con quien comparto muchas de sus ideas éticas. Manolo Linares busca, como empeño, la armonía entre el paisaje y el hombre, entre el color y la luz. Sin olvidar aquella recomendación que les hacía el viejo maestro de escuela a sus discípulos de Navelgas: “Apreciad lo importante de la vida a ras de tierra”. Ahí se ha instalado Manolo Linares, a ras de tierra. A ras de Asturias.

Pero al convencimiento no se llega en arte por ninguna suerte de mecanismos ajenos al cuerpo, vamos a llamar místico, del artista. Lo que convence no es, como ingenuamente pudiera suponerse, aquello que halaga nuestros sentidos más superficiales o lo que conviene a nuestra disposición sensorial, sino precisamente lo que arrancando del misterio, del ansia soterrada del creador, nos llega, sin saber por qué, a los laboratorios en los cuales el ser humano sensible transmuta las apariencias en esencias.

AMALIA GARCÍA RUBI
El Punto de las Artes
León, 5 de noviembre de 1993

Espacios, 1985.
Óleo/lienzo. 60 x 65 cm

“Mi pintura puede ser literatura, poesía o plástica pura, pero responde al sentimiento de mi propia realidad”. Con estas palabras introducía Manolo Linares su exposición retrospectiva celebrada el pasado año en el Centro Cultural Galileo de Madrid. Desde entonces poco o nada ha cambiado la filosofía del arte en este gran pintor asturiano, actualmente reconocido como uno de los mejores artistas pictórico-figurativos de nuestra historia contemporánea. El sentimiento de Linares se traduce en las realidades sin contaminar del mundo rural. Campos y campesino, hombre y paisaje se acompañan habitualmente en sus lienzos, porque en ellos encuentra el pintor la plenitud plástica, poética y expresiva de su espíritu creativo. Linares persigue la belleza en su propio entorno natural, la tierra asturiana recreada en ambientes y espacios esenciales, abiertos, saneados. Lugares descargados de la acumulación de datos referenciales, innecesarios para un artista que nos sitúa y envuelve en atmósferas identificables sólo a través del olor y el color que de ellas se desprende.

De estos espacios verde/grises de campos y brumas, emerge la figura solitaria del campesino con su apero, fundido y al mismo tiempo recortado en el paisaje, modelado por la tenue luz norteña del crepúsculo, reflejo, en su semblante, del duro trabajo en la montaña. A través de estas figuras de vaqueiros invadidos por la inmensa soledad del monte, Linares reivindica la población para los últimos pobladores de una tierra áspera pero vital. Es una pintura reflexiva, tratada con el respeto que sus habitantes merecen.

Romántico y realista, de la personalidad y la obra de Linares han escrito numerosos especialistas en pintura contemporánea; su nombre forma parte de diversos manuales, enciclopedias y biografías sobre artistas asturianos, siendo uno de los pintores más representativos del panorama plástico asturiano del momento.

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